La increíble historia de la abuela gánster (fragmento)Obra: La increíble historia de la abuela gánster |Autor:David Walliams| Tipo de texto: Narrativo| Etapa:Primaria| Lecturas:947
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Poco después, abuela y nieto se sentaron a la mesa del comedor, frente a frente, en medio de un silencio sepulcral. Igual que todas las noches de viernes que Ben recordaba. Cuando sus padres no estaban viendo "Baile de estrellas" en la tele, era porque se habían ido a comer un curry o al cine. Los viernes por la noche eran su «momento de pareja» y desde que Ben tenía uso de razón se quedaba con la abuela mientras tanto. Cuando no iban a ver "Baile de estrellas", «¡en vivo y en directo sobre el escenario!», solían ir al Taj Mahal (el restaurante indio de la calle mayor, no el majestuoso palacio de mármol), donde devoraban su peso en poppadoms. Los únicos sonidos que rompían el silencio eran el tictac del reloj que descansaba sobre la repisa de la chimenea y el tintineo de las cucharas en los cuencos de porcelana, que se intercalaban con los pitidos del audífono defectuoso de la abuela, un artilugio cuya finalidad parecía consistir no tanto en corregir la sordera de la abuela como en provocársela a los demás. Esa era una de las cosas que Ben más detestaba de su abuela. Las otras eran: 1) La abuela tenía la costumbre de escupir en un pañuelo usado que le asomaba por la manga de la rebeca, y que también usaba para limpiar la cara de su nieto. 2) Su televisor se había estropeado en el año 1992, y desde entonces había ido acumulando una capa de polvo tan gruesa que más parecía pelo de algún animal. 3) Su casa estaba abarrotada de libros y se empeñaba en que Ben los leyera, por más que él odiara leer. 4) Insistía en que se pusiera un grueso abrigo de invierno para salir a la calle todo el año, aunque hiciera un calor sofocante, no fuera «a coger una pulmonía». 5) Apestaba a repollo hervido (nadie que tuviera alergia al repollo podría acercarse a menos de quince kilómetros de ella). 6) Su idea de pasarlo bomba consistía en ir a echar mendrugos de pan mohoso a los patos del estanque. 7) Se tiraba pedos a todas horas, sin ni siquiera darse cuenta de que lo hacía. 8) Sus pedos no olían a repollo hervido sin más, sino a repollo hervido putrefacto. 9) Lo obligaba a meterse en la cama tan temprano que casi no valía la pena haberse levantado. 10) Por Navidad, le tejía a su único nieto jerséis con perritos o gatitos que sus padres le obligaban a ponerse todos los días durante las fiestas. —¿Qué tal está la sopa? —preguntó la anciana. Ben llevaba diez minutos removiendo aquella agüilla verdosa en el cuenco de bordes desconchados con la esperanza de que se evaporara como por arte de magia. Pero eso no iba a ocurrir. Y encima se estaba enfriando. Tropezones de repollo flotando en un calducho destemplado. —Mmm... deliciosa, gracias —contestó Ben. —Estupendo. Tictac, tictac. —Estupendo —repitió la anciana. Tintirintín. —Estupendo. Al parecer, hablar con Ben le resultaba tan difícil como a él con ella. Tintirintín. Piiiiii. —Y el cole, ¿qué tal? —preguntó la abuela. —Aburrido —masculló Ben. Los adultos se empeñan en preguntarles a los niños qué tal les va en el cole, el único tema del que no soportan hablar. Ni siquiera les gusta hablar del cole mientras están él. —Ah —repuso la abuela. |